Las mujeres somos más de la
mitad de la humanidad y seguramente seríamos muchas más si no fuera por los
graves efectos del patriarcado, que nos relegaron a un papel secundario en la
humanidad y cuya cultura excluyente impuso la segregación de la
mujer. Por esa cultura se hizo normal que las mujeres, las ancianas, las
jóvenes y las niñas comieran menor cantidad de alimentos que los hombres de su
misma generación, que estuvieran obligadas a dormir menos tiempo que los
hombres porque se consideraba y todavía se considera anormal que una mujer
duerma las horas que necesita, ya que debía atender a la familia, al esposo, a
los hijos, a los invitados, a los vecinos, a los familiares del esposo, y por supuesto, que la mujer no necesitaba más educación que la referida a las tareas de amas de casa.
Las mujeres del Ecuador en Sudamérica, por efectos de esa misma
cultura, durante largos siglos, debían estar ocupadas
siempre en alguna tarea doméstica. Yo recuerdo que en mi niñez, algunas mujeres mayores de
mi familia, aunque no mi abuela materna que era una maestra laica, nos decían
que las mujeres siempre debían estar haciendo alguna tarea del hogar, barrer,
trapear, sacudir, organizar, lavar, planchar, zurcir, coser, bordar, pegar
botones, arreglar las plantas, etc. Qué larga lista!! Y todo eso servía para
que no tuviéramos tiempo de pensar en tonterías...Por suerte mi madre fue también maestra laica y mi educación estuvo exenta de fanatismos y concepciones humillantes para mi condición de mujer, aunque de las discriminaciones de género a lo largo de mi vida, ella ya no me pudo salvar. Esas, las tuve que enfrentar yo.
Por eso, aquellas mujeres que nos
antecedieron no tenían derecho a decidir sobre su vida, a participar en
política, a estudiar, a desempeñar un cargo público, al sano esparcimiento, a
la conversación, a la lectura, al disfrute de la música, de la danza, del cine, o a practicar un deporte, etc. Esos eran
disfrutes destinados a los hombres. Cómo
les molestaba a los patriarcas, que las mujeres jugaran, para ellos los juegos
eran una pérdida de tiempo, o que leyeran o escribieran. La lectura y la escritura en las mujeres fueron
combatidas durante mucho tiempo y las amistades femeninas y masculinas, también. Hasta el siglo XIX, era preferible que las “señoritas”
no pudieran leer el texto de una carta de amor o un poema erótico.
Afortunadamente, estas
concepciones comenzaron a cambiar a partir de la Revolución Liberal Radical, realizada a fines
del Siglo XIX, y acaudillada por el General Eloy Alfaro, un masón que impulsó los
derechos de las mujeres a la educación pública, laica y gratuita, al trabajo
remunerado en el ámbito público, a la escritura y la palabra en los diarios y
las revistas, a los trabajos dignos, a la formación cultural y artística, aunque
todavía estaban muy arraigados los viejos prejuicios, en ciertos sectores de la
sociedad, sobre todo en la Iglesia Católica y sus practicantes. Por todo ello, Eloy Alfaro, el viejo Luchador, fue asesinado de la manera más brutal, y quemado con sus más cercanos colaboradores, en una Hoguera Bárbara, por el populacho, instigado por sus poderosos enemigos de sotana, por los terratenientes del Partido Conservador y por la bancocracia de Guayaquil.
Pero, las mujeres lograron sobrevivir,
aunque no todas, a las negaciones de la cultura patriarcal y eso generó diferentes
estereotipos de mujeres, los cuales describimos a continuación:
El grupo de las mujeres-niñas: Hay mujeres que son las hijas
eternas, poseen complejo de ternero huérfano, de pollo dependiente, de pequeño
canguro apretujado en la bolsa cargadora del afecto. Viven buscando un padre
dominante y sobreprotector para enfrentar el mundo de tinieblas al que
temen. Buscan un hombre mayor en edad,
dignidad y gobierno, un hombre que las haga sentir muy pequeñas, que las
consienta, que les lleve regalos todos
los días, como hacemos con los hijos pequeños y disfrutan sintiéndose niñas
hasta el fin de sus días.
Esas mujeres no tienen iniciativa, esperan aletargadas a que el hombre
más próximo, padre, esposo, conviviente, hijo mayor, padrastro, novio, les den
resolviendo hasta el más mínimo problema.
Esconden la cabeza en la tierra como los avestruces. Son inseguras e
infantiles. Tratan de buscar apoyo
mostrándose débiles e incapaces. No
tienen autoestima y, por ello, no son emprendedoras. Estas mujeres hacen mucho daño al resto, porque
magnifican y sostienen el machismo.
El grupo de las madres sobreprotectoras: Hay mujeres, que por el
contrario, son las madres eternas, buscan un hombre subdesarrollado e inseguro,
que requiera de un seno tranquilizador, de una gran madre sabelotodo,
contempladora, dominante y mimadora, que les exalte el ego permanentemente,
diciéndoles que son los seres más perfectos del planeta. Esa mujer está
pendiente de la salud de toda la familia, de la comida, de la ropa, de recordarle sus compromisos al
esposo. Ella hace el mercado, por lo
general sola. Ella paga todas las cuentas de la casa. Recoge todo el día las
ropas que dejan tiradas el esposo y los hijos.
Esas mujeres lo único que no hacen con el marido es bañarlo y vestirlo,
pero casi…Esas mujeres, descubren algún día, que no se han ganado el respeto de
su familia y ni siquiera su conmiseración, pues no enseñaron a los demás a que
compartieran el trabajo del hogar como un compromiso de todos y todas. Esas mujeres formaron con su ejemplo, hombres
terriblemente machistas o mejor aún, dolorosamente machistas, porque crecieron
creyendo que se lo merecían todo y que la mujer no es más que una sirvienta
puesta en su camino por un premio divino.
Esas mujeres hicieron también de sus hijas, seres inseguros, porque las
acostumbraron a pensar que todas las tareas domésticas eran responsabilidad
absoluta de las madres, de las esposas de las hijas y que no tenían derecho a
soñar con una profesión, con una autonomía personal, con una auto-realización
individual.
El grupo de las hipocondríacas. Es el grupo de mujeres que
nacieron con miedo a todo. Se sienten inseguras, tristes, despreciables,
incapaces, inestables, y débiles. Somatizan todos los problemas convirtiéndolos en enfermedad. Tienen una sexualidad totalmente
insatisfactoria, llena de represiones y rechazos. Siempre están compadeciéndose
y buscando apoyo y protección de los demás.
Se pasan la vida comiendo más de lo que realmente necesitan para vivir o castigándose
y privándose de todo hasta enflaquecer de manera extraordinaria, porque es
también una forma de llamar la atención. Sólo hablan de sus dolencias, de sus
enfermedades, de sus disgustos, de sus penalidades.
Son serviles con todo el mundo y buscan más la conmiseración que la
amistad o el amor, pero en el fondo esconden una terrible amargura y
agresividad que puede despertar y salir a la luz en cualquier instante, por
ello no son dignas de fiar. Estas mujeres tienen dependencia de otras personas
de la familia o del entorno, de los médicos, de los fármacos y de los
tranquilizantes.
Pueden caer fácilmente en la dependencia del cigarrillo, de las drogas o
del alcohol. Son un verdadero lío,
cuando nos las encontramos en el camino y por solidaridad decidimos apoyarlas.
El primer problema que se presenta es que son posesivas y desarrollan lazos
afectivos a través de los cuales introducen a las personas con las que se
relacionan en una invisible red de chismes y manipulaciones, que a la larga
terminan asfixiando y aniquilando a las personas que se acercaron para
brindarles apoyo.
Estas personas te roban toda la energía positiva, son una especie de
flores carnívoras que absorben toda la energía afectiva que les dan sus amigas
o amigos. Hay que huir rápido de ellas
so pena de terminar enredadas/os en sus telas de araña autodestructivas.
El grupo de las mujeres dominantes: Hay algunas mujeres, que se
van al otro extremo. Han nacido en el mundo de la saciedad. Tuvieron de todo y
en el momento en que lo solicitaban. Desarrollan una superioridad despectiva,
porque crecieron en un espacio en el que sobraba todo y nada les costó mayor
esfuerzo. Son dominantes, intransigentes, se creen perfectas. Aprendieron el
A-B-C del machismo y lo aplican de la misma manera que los hombres. Se creen autosuficientes.
Viven en competencia con otras mujeres, sobre todo, con las que no les
rinden pleitesía. Creen que todo hombre
que pasa las desea y debe arrastrarse detrás de ellas suplicando una mirada o
un hueso. Están contra la mayor parte
del mundo que les parece poca cosa. Y miran a otras mujeres con el rabillo del
ojo y por encima del hombro. Son
incapaces de ser solidarias con las demás mujeres de su entorno, si pueden
aplastarlas, desde una posición de poder, lo hacen sin remordimiento.
A estas mujeres, les hace falta entrar en contacto con el conocimiento de
la equidad de género, para que aprendan a respetar a sus congéneres, como les
sobra autoestima, la mitad del trabajo de concientización
sobre sus valores y autonomía está bastante avanzado, pero requieren conocer los sufrimientos y
desigualdades del mundo que las circunda, para aprender que existen injusticias
y que la solidaridad es una acción de apoyo, con dignidad, hacia otros seres
que lo necesitan.
Paralelamente existen mujeres que a pesar de lo duro que resulta
hacerlo, logran sobreponerse a estas tendencias y desarrollan un equilibrio
entre las tipologías que hemos descrito, insertándose en una quinta tendencia:
El grupo de las mujeres autónomas e integradas. Son mujeres que no necesitan
de la sobreprotección del papá, ni de la dependencia del hijo, ni de la
posesividad del amante. Son mujeres que
tienen sus propios intereses, sus propios retos, sus propios sueños, son
mujeres que se aman a sí mismas y por esa razón exigen el respeto que se
merecen y también son capaces de dar mucho amor a quienes les rodean, pero sin
aceptar chantajes.
Son mujeres que no están en competencia con el mundo ni con los hombres
ni con otras mujeres, porque son mujeres plenas.Estas mujeres se sienten inteligentes, se saben capaces, se saben
sensibles, se portan generosas con el triunfo de los y las demás, porque se
sienten parte de la humanidad y consideran que todo avance individual es
automáticamente un avance de la totalidad de los seres humanos. Se sienten hermosas, porque la hermosura mayor es aquella que irradia por los poros de la piel, cuando una mujer ha convertido sus dolores y frustraciones en talismanes de energía para salir adelante.Son mujeres que
no se asustan con las demandas biológicas de sus hormonas, que disfrutan del
placer de su cuerpo y de su sexualidad sin aspavientos, sin melindres, sin
complejos de culpa, y que lo hacen con plena responsabilidad y control.
Estas mujeres definen sus gustos e intereses. Pueden decidir no ser
madres, porque la maternidad no tiene que ser una imposición de las hormonas o
de las funciones sexuales, la maternidad es una opción que debe surgir de un
deseo interior, de una madurez que permite esa extrema generosidad que es la
maternidad. Si no desean ser madres buscan derroteros que las lleven a su
desarrollo personal, en los ámbitos que eligen, tales como ser profesionales,
artistas, escritoras, artesanas, luchadoras por causas vitales, etc.
Otras, se entregan afectuosamente a su familia, son buenas madres y
también buenas hijas, pero no se olvidan jamás de sí mismas ni de su propio
valor y de sus propias necesidades y deciden también optar por una profesión, por un oficio, por una tendencia artística, aunque todavía en nuestras sociedades sea bastante difícil combinar ambas cosas, debido a los remanentes patriarcales. Estas mujeres no son madres autoritarias ni
represivas, pero tampoco se convierten en los trapos limpiones de la casa, sino
que enseñan con afecto a sus hijos a asumir sus responsabilidades y a compartir
las tareas domésticas, tareas en las que también deberá participar el esposo o
el compañero, dando genuino ejemplo de verdadera equidad y respeto a todas las
personas de su familia.
Es en la familia en donde se aprenden los valores del respeto a los
demás, los de la solidaridad con aquellos y aquellas que lo necesitan en un
momento determinado, los valores de la equidad social y de género, esto es,
aprender desde la cuna que hombres y mujeres tienen el mismo valor y deben ser
tratados en igualdad de condiciones y con los mismos derechos y oportunidades y
esto se aplica a todas las demás personas: indígenas, afrodescendientes, adultos/as
mayores, jóvenes, infantes, personas con capacidades especiales, pobres y
desheredados, analfabetos/as y minorías sexuales.
¿En cuál de estas tipologías se ubica usted? O cree que existen otras tipologías?
Jenny Londoño López.
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