Escrito para la Feria Internacional del Libro
Guayaquil, 17 de octubre de 2012
Jenny Londoño López
Guayaquil, 17 de octubre de 2012
Jenny Londoño López
Las sociedades patriarcales se
desarrollaron en torno a un proceso cultural androcéntrico, es decir, giraron alrededor de la concepción de que el paradigma de la cultura, del conocimiento,
de las ciencias y del progreso, era el hombre. La mujer estaba más cerca de la
naturaleza, de los instintos primarios, de los sentimientos y lejos de la
razón, lo que generó una subordinación histórica de la mujer, que pasó a ser el
otro polo de la relación binaria, en condiciones de inferioridad y dependencia
(hombre-mujer, fuerte-débil, cultura-naturaleza, razón-sentimientos,
dominio-sumisión).
Esta subordinación produjo discriminaciones
históricas que fueron a la vez, las más grave fuentes de violación de los
derechos de más de la mitad de la población mundial, impidiéndoles a millares
de niñas, el nacimiento, la alimentación
adecuada, el crecimiento normal, el reconocimiento paterno, el acceso a
la educación, a los juegos, a la cultura, al deporte. Esta discriminación cercenó la vida de un
alto porcentaje de mujeres por la violencia de género, por la violencia
intrafamiliar, por la imposibilidad de acceso al trabajo remunerado, a una vida
digna, a escoger el rumbo de sus vidas, a la participación política, a la
cultura, a la salud, a la felicidad, al placer.
Esta discriminación condenó a la esclavitud doméstica y sexual a
millones de mujeres.
Una
de las consecuencias de la primera división del trabajo en la humanidad fue la
segregación de la mujer de los espacios del poder económico, social y político. Su confinamiento a las cuatro paredes de su
hogar, la imposición de la monogamia y el encargo de producir y reproducir los
nuevos miembros de la sociedad, es decir la fuerza de trabajo, limitaron la
movilidad de las mujeres, garantizando una apropiación de sus cuerpos y de su
trabajo material no remunerado para beneficio de los varones de su familia: el
padre o el cónyuge. Pero si lo vemos como fenómeno global, mientras las mujeres
daban a luz a sus hijos y los cuidaban, educaban y alimentaban hasta que se
convirtieran en mano de obra para la sociedad, engrosando la fuerza de trabajo,
el Estado y los gobiernos soslayaban esta actividad no solo reproductiva sino
también productiva de millones de mujeres. En su período reproductivo, muchas
mujeres perderían la oportunidad de obtener un trabajo remunerado, de educarse,
de tener una actividad productiva, cultural o política. Esta ha sido una parte esencial de los
procesos civilizatorios de la humanidad. Y mientras los trabajadores organizados
conseguían derechos sociales como el Seguro Social, las mujeres que
garantizaban la reproducción de la Fuerza de Trabajo, no tenían derecho al
Seguro Social, como madres y amas de casa, que además estaban reponiendo todos
los días la fuerza y capacidad cotidiana de trabajo de su esposo, marido o
conviviente.
El aspecto clave del confinamiento
de las mujeres subyace en el control de su sexualidad. Así, a lo largo de la Historia, los discursos
sobre la fidelidad de la mujer estructuraron sistemas represivos que fueron
internalizados por las mismas víctimas.
Las mujeres eran vigiladas no solo por el esposo y su familia sino
también por la familia de la esposa, y por los vecinos, y su infidelidad
sancionada con los más brutales castigos: apaleamientos, muerte a pedradas,
confinamientos en islas prisiones o en lupanares, ahorcamiento, apuñalamientos,
enterramientos, etc. En la actualidad, todavía mueren un número considerable de
mujeres por "celos", bajo golpizas brutales, ahorcamiento, disparos o
puñaladas, lo suficiente para mantener un régimen de terror que garantice la
sumisión femenina. A esto se ha llamado feminicidio.[1]
Lo interesante aquí es pensar qué habría
ocurrido si las mujeres traicionadas por su pareja hubieran recurrido a la
violencia, para acabar con el infiel. ¿Cuántos hombres vivos quedarían en el
planeta?
A medida que se perfeccionaban los
mecanismos de represión, éstos fueron menos brutales y más sutiles, pero
también más eficaces, como lo muestra Michael Foucault en Vigilar y Castigar.
En el caso de las mujeres, se pasó a la institucionalización de una educación y
formación en los contenidos de género, que garantizasen la sumisión y
obediencia de la mujer a sus roles predeterminados por la sociedad patriarcal,
naturalizándolos a través de los contenidos de la educación, que venían
determinados por las religiones y por los Estados, y que cumplieron un papel
nefasto en la refrendación de la inferioridad y dependencia de la mujer, justificándolo
como un mandato divino y reprimiendo -en buena parte- la resistencia y rechazo
de las mujeres reprimidas y victimizadas, porque en todos los momentos de la
historia, las mujeres presentaron luchas
y estrategias de resistencia a las políticas de dominio patriarcal.
Las sociedades patriarcales han
funcionado con una compleja jerarquización social, que establecía rangos y
castas, supuestamente, de origen natural y, por lo tanto, divino, tenían como
fuente de sustentación la religión y descansaban en formas altamente
represivas, que impedían pensar de modo diferente y castigaban cualquier
disidencia. Las instituciones fundamentales de las sociedades patriarcales
occidentales: la familia, el Estado, la economía, la iglesia, el aparato
educativo, etc. giraban en torno al poder masculino, ejercido en primera
instancia por un rey, que ostentaba un poder supranatural, que por la tarea
ideológica cumplida por las religiones venía sustentado por el
poder divino. Las mujeres estaban al
margen del poder y de la cosa pública, aun cuando, de manera individual y como
parte de los privilegios de clase, una minoría hubiese tenido algún nivel de
acceso al poder, de manera informal, en tanto que matronas de la clase
terrateniente y aristocrática y en contados casos, al poder formal, en tanto
integrantes de una familia real.
En América, el supuesto
“descubrimiento”, por parte de España, que en realidad fue un proceso de
apropiación violenta de nuestros territorios, con todo lo que incluían:
sociedades humanas con diversos niveles de desarrollo e inconmensurables
riquezas naturales, cortó nuestro proceso específico de desarrollo y nos impuso
su institucionalidad, su Estado, su religión, su cultura, sus concepciones de
género. La historiografía nos muestra
que las sociedades latinoamericanas se constituyeron a partir de un profuso
mestizaje basado en la ilegitimidad, lo que generó el fenómeno llamado
"Complejo de bastardía", que subyace en las concepciones del sexismo
y machismo latinoamericanos, marcadas por la vergüenza y ocultación de la madre
indígena, por el no reconocimiento del hijo mestizo y por la secreta aspiración
de asemejarse al padre español. No resulta extraña, entonces, la larga historia
de negación de la paternidad, en América Latina, cuando una mujer soltera
reclamaba por la filiación de su hijo, y el padre y la sociedad blanca la
castigaban por su “delito sexual”. Celia
Amorós nos dice que:
“El patriarcado
se define como un sistema de dominación sexual que se concibe, además, como el
sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las
dominaciones, como la de clase y raza. El género expresa la construcción social
de la feminidad y la casta sexual alude a la común experiencia de opresión
vivida por todas las mujeres."[2]
Las instituciones patriarcales
mantienen hasta el presente las estructuras de género, que oprimen a todas las
mujeres, aunque obviamente se han producido cambios en la medida en que las
sociedades avanzan hacia un Estado de Derecho. "Entre estas instituciones
están: la familia patriarcal, la maternidad forzada, la educación
androcéntrica, la historia robada, la heterosexualidad obligatoria, las
religiones misóginas, el trabajo sexuado, el derecho monosexista, la ciencia
ginope, el lenguaje masculinista."[3]
Uno
de los conceptos de Género que esboza Joan W. Scott nos da una idea panorámica
de todo lo que implican los condicionamientos culturales de género:
“El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en la diferencia sexual. Es una forma primaria de relaciones significantes de poder. …Un modo de decodificar el significado y de comprender las complejas conexiones entre varias formas de interacción humana. …Son elementos del concepto de género: a) Símbolos y mitos; b) Lenguaje y representaciones múltiples en cada cultura; c) Conceptos normativos: interpretaciones de los significados de los símbolos. d) Las Instituciones y organizaciones sociales de relaciones de género: sistema de parentesco, familia, el mercado de trabajo, las instituciones educativas, la política y e) La Identidad subjetiva o individual y genérica.[4]
Las
concepciones e identidades de género han sido construidas a través de símbolos y mitos desde las épocas primitivas, en todas las culturas y civilizaciones; a través de las normas contenidas en las religiones, en los sistemas
educativos y legales; en las instituciones y organizaciones legales, en los sistemas de parentesco, en la organización de los sistemas de producción, laborales, educativos y políticos y en la conformación de la identidad subjetiva de los individuos. Uno de los grandes debates del
quehacer historiográfico ha sido el nudo triangular establecido entre los
conceptos de clase social, raza o etnia y género. De acuerdo a Joan Scott:
“El interés por clase social, raza y género apuntaba, en primer lugar, al compromiso del estudioso con una historia que incluía las circunstancias de los oprimidos y un análisis del significado y naturaleza de su opresión, y, en segundo lugar, la comprensión académica de que las desigualdades del poder están organizadas en al menos tres ejes: género, clase social y etnia.” [5]
Y justamente, en torno a estos 3 ejes de desigualdades del poder, siendo la de
género, la más abarcativa, es que los movimientos de mujeres llámense
feministas o no, hemos desarrollado la
mayor parte de nuestras agendas, aunque les hemos agregado, otros factores de
desigualdad: el generacional, el de las discapacidades físicas y síquicas y el
de las identidades sexuales diversas.
La
incorporación de las mujeres a la historiografía ha ido desarrollándose en
etapas, de acuerdo a los diversos posicionamientos de la antropología e
historia feministas y a las interacciones con los historiadores de la vieja
tradición positivista. Por ello encontramos investigaciones y publicaciones en
las que se habla de mujeres paradigmáticas, en una búsqueda de resaltar los
roles cumplidos por estas mujeres y que rompen los lineamientos de las
sociedades patriarcales a las que pertenecieron. En un segundo lugar, encontramos el intento
de explicar las diferencias en los procesos de desarrollo entre los géneros y
de qué manera las concepciones y las instituciones patriarcales marcaron a las
mujeres y afectaron sus acciones y posibilidades de acción y desenvolvimiento
en sociedades concretas. Y aquí es donde
se entiende el alegato de Joan Scott respecto a que:
“la inclusión de las mujeres en la historia implica necesariamente la redefinición y ampliación de nociones tradicionales del significado histórico, de modo que abarque la experiencia personal y subjetiva lo mismo que las actividades públicas y políticas. No es demasiado sugerir que, por muy titubeantes que sean los comienzos reales, una metodología como ésta implica no sólo una nueva historia de las mujeres, sino también una nueva historia".[6] La forma en que esta nueva historia debería incluir y dar cuenta de la experiencia de las mujeres depende de la amplitud con que pudiera desarrollarse el género como categoría de análisis. Aquí las analogías con las clases (y las razas) eran explícitas; claro está que los especialistas en los estudios en torno a la mujer con mayores intereses políticos, invocaban regularmente las tres categorías como cruciales para poder escribir una nueva historia.”[7]
Una situación grave para la visibilidad de las mujeres se ha dado
porque si bien, los colectivos feministas en la academia han trabajado en la
búsqueda de metodologías y teorías para el análisis de las categorías de opresión,
discriminación e inequidades de género en la historiografía, estos esfuerzos se
han quedado encerrados únicamente entre las cuatro paredes de las
instituciones académicas en las que se
han realizado y no han sido objeto de estudio en los grandes conglomerados de
la investigación y cátedra universitaria, y menos aún han llegado a los
lectores/as del pueblo llano.
“En el caso de la historia de las mujeres, la respuesta de la mayor parte de los historiadores no feministas ha sido el reconocimiento y luego la marginación o el rechazo ("las mujeres han tenido una historia aparte de la de los hombres; en consecuencia, dejemos que las feministas hagan la historia de las mujeres que no tiene por qué interesarnos"; o "la historia de las mujeres tiene que ver con el sexo y con la familia y debería hacerse al margen de la Historia política y económica"). En cuanto a la participación de las mujeres, en el mejor de los casos la respuesta ha sido de un interés mínimo ("mi comprensión de la revolución francesa no cambia porque sepa que las mujeres participaron en ella"). El desafío que plantean esas respuestas es, en definitiva, de carácter teórico. Requiere el análisis no sólo de la relación entre experiencia masculina y femenina en el pasado, sino también de la conexión entre la historia pasada y la práctica histórica actual. ¿Cómo actúa el género en las relaciones sociales humanas? ¿Cómo da significado el género a la organización y percepción del conocimiento histórico? Las respuestas dependen del género en tanto que categoría analítica.”[8]
Considero que
para la visibilidad de las mujeres de nuestra historia son importantes las
biografías de mujeres paradigmáticas, pero también una historia social nueva
que incorpore las visiones de género y la participación femenina que estamos
desarrollando las mujeres en un nuevo contexto de análisis historiográfico,
pues la inserción de esas visiones va a cambiar definitivamente nuestra
historiografía tradicional.
Las
mujeres ecuatorianas hemos luchado en las últimas décadas por cambios
sustanciales en la Constitución y en las leyes, y de hecho hemos conseguido
avances importantes en los mismos, pero siglos
de dominación ideológica no pueden ser cambiados en tan corto tiempo. Sin
embargo, durante los gobiernos de Rafael
Correa hemos visto el mayor número de mujeres en cargos importantes del Estado,
de toda la historia republicana del Ecuador, mujeres ministras casi en un 50%
en el gabinete, y en ministerios nunca antes ocupados por mujeres,
subsecretarias, directoras nacionales, gobernadoras, alcaldesas, juezas,
abogadas, economistas, etc. Y eso no es gratuito, nos ha mostrado la gran
capacidad que existe en las mujeres ecuatorianas y es bueno porque ha permitido
la elevación de nuestra autoestima y el respeto de la población masculina. Pero
pervive una redomada resistencia a la igualdad de género y un alto índice de
violencia contra las mujeres de toda condición, incluso parecería que ante las
nuevas demandas de las mujeres en el terreno de sus derechos específicos
hubiese recrudecido la violencia de género y en este cambio de mentalidades, la
educación permanente contra el machismo y el sexismo es una de las tareas
fundamentales.
Para
el desarrollo de políticas públicas dirigidas hacia la igualdad de los géneros,
hacia el respeto de las mujeres al derecho a decidir sobre su cuerpo, sobre su
sexualidad, sobre su destino, sobre sus creencias y prioridades, es fundamental
que se establezcan claramente las bases del Estado Laico, pues son las
religiones las que han exaltado hasta los niveles más aberrantes la
discriminación, la sujeción y la satanización, de las mujeres imponiéndoles
códigos de honra y honor provenientes de la Edad Media, que cercenaron durante mucho
tiempo su capacidad de tomar decisiones sobre sí mismas. Y como dice Javier Otaola:
“El Estado laico solo puede garantizar su
funcionamiento como instrumento al servicio de la autonomía individual, en un
marco solidario, si no está sometido o instrumentalizado por ninguna raza,
etnia, tribu, clan, dinastía, partido, iglesia o grupo económico o particular.”[9]
La
igualdad de derechos solo puede ser garantizada por un verdadero Estado Laico,
porque estructuras que no han actualizado y armonizado sus doctrinas con las modernas
concepciones de Derechos Humanos e igualdad de género, como la mayoría de las
Iglesias, coartarán siempre las libertades fundamentales de hombres y mujeres,
sobre todo, en el ámbito de la sexualidad. Esta cuestión tiene que ser uno de los asuntos
claves del cambio político e institucional que la Revolución Ciudadana está impulsando, pues la población beneficiada será más de la mitad del país, o sea la mayoría.
[1] El término femicidio se empleó por primera
vez por parte de las mujeres estadounidenses para señalar el asesinato de
mujeres, después las feministas mexicanas propusieron el nombre de feminicidio
para diferenciar el asesinato de mujeres por razones de odio y discriminación
de género, y que sería el equivalente del genocidio de mujeres. Hay confusiones
en los dos términos, pues las estadounidenses señalan que ellas también lo
entienden como producto de las concepciones de género.
[2] Cit. por Ana de Miguel en Revista
Creatividad Feminista. Tomado de Amorós, Celia: Las "10 palabras claves de
Feminismo".
[3] Facio Montejo,
Alda: El Principio de Igualdad ante la Ley, p. 72/76.
[4] Joan W. Scott: Gender a useful Category of Historical
Análysis" en American Historical Review, No. 91, 1986.
[5] Joan Scott:
El Género…ob.cit. p.4.
[6] Ann D. Gordon,
Mari Jo Buhle y Nancy Shrom Dye, “the problem of Womens History”, en Berenice
Carrol (ed.), Liberating Womens History , Urbana . III. 1976, p. 89. Cit.
por Joan Scott, ob.cit..
[7]
Scott, Joan: 1940, El Género una
categoría útil para el análisis histórico. Fowler, Dictionary of Modern English Usage, Oxford.
[8] Scott, Joan: Ibidem. p.4
[9] Javier Otaola: “La
Laicidad una Estrategia para la Libertad”. IV Seminario Fernando Buesa. www.fundacionfernandobuesa.com/pdf/ivseminario-otaola.pdf p.9.
2 comentarios:
Estimada Jenny, el 28 de noviembre del 2013 se realizó el cierre del Taller de Habilidades Sociales en la ciudad de Tucumán - Argentina en el Hospital Zenon Santillán. Este taller estaba destinado a mujeres victimas de violencia de género como parte de las actividades que desarrolla en dicho hospital el Observatorio de la Mujer, ese día, tuve el honor de declamar su poesía Reencarnaciones que había leído con anterioridad en su blog Semifusadifusa y con el cual me sentí tan movilizada como todas mis compañeras del taller. Fuè un día absolutamente grandioso, todos los asistentes quedaron tan emocionados como las mujeres que participamos en el cierre. Fue un día donde cada una de nosotras demostró el poder de la resiliencia, donde demostramos la fuerza de nuestro género a través del amor y la superación.Un día donde hicimos nuestros cada uno de sus versos y los atesoramos en nuestros corazones. No existen palabras para contarle lo que sentimos con su poesía, solo puedo decirle Gracias. Infinitas gracias.
Queridas compañeras de tucumán Argentina. Acabo de ver esta nota y han pasado varios años, pero me emocionó y m ealegré tanto de la actividad tan importante que Uds. realizan por el bienestar y el avance de las mujeres argentinas y del mundo, así como de la noticia que dan de que que leyeron mi poema Reencarnaciones y que les gustó y emocionó. Yo tengo dos páginas a las que Uds. pueden acceder en Facebook: Una de cuestiones sociales y políticas: Jenny Londoño López y otra de poesía: Jenny Londoño López @ alunizaciones. Me encantaría que me escribieran y que estuviéramos en contacto.
Muchos abrazos.
Jenny Londoño López.
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